lunes, 24 de noviembre de 2008

Polaroid de Letras 31

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Toda la casa se ausenta cuando no estas. Se queda sin estructura, se desmorona.

Mi cuerpo es mi casa, y cuando venís a visitarla, se arman festines en cada rincón de los parpados.

La casa espera a oscuras, como abandonada en el silencio de tu ausencia.

Es raro ver como mis manos se abandonan, y estancadas de miedo, rezan a que vuelvas.

Tus ojos verdes me escanean cada erosión de mi piel, láser de mar, corrigen todo el extrañarte.

Me recuesto, y por décimo cuarta vez decido ver El Espejo (Zerkalo) de Andrei Tarkovsky, y cada vez es nueva. Así como los días estrenan la vida cada vez que nacen.

Me pierdo en el infinito de las imágenes, y escucho como la voz de Andrei flota cuando recita un texto que te ilumina con cada palabra.
Como flotan los sueños de la infancia que vuelven, como tu cara iluminada por tus ojos verdes, como las hojas del limonero en el patio, como la libertad de elegir ser esclavo de tus deseos, aun de los inconfesables, que te confieso todo los días.

Mi silencio es de contemplación. Estas dormida y espero el permiso de la noche, para abordar sin que lo veas, sin que lo percibas, cada rincón de vos, que necesitan de mis ojos para existir.

Una y otra vez, vuelve a mi y pronuncio en una voz muy baja lo que Andrei recita casi al principio de lo que para mi es su mejor película, y quizás la mejor de las que vi en todo mi vida. Un poema escrito por su padre Arseni Tarkovsky:


“De nuestros encuentros, cada instante era fiesta con el dios distante.
Solos en todo el mundo. Eras más valiente y liviana que el ala de un ave.
Por la escalera, como un mareo acosante, corrías y me llevabas - suave -dentro de la húmeda lila a tus dominios insondables por la otra parte del espejo.
Y al llegar la noche me fue regalada la piedad, se abrió la puerta del altar y brilló, brilló en la oscuridad la desnudez en su lento declinar.
Y al despertar: "¡Bendita seas!" dije y supe que era audaz mi bendición: dormías tú, y se extendía la lila para tocar tus párpados con el azul del Universo.
Y los párpados que el azul tocó quietos eran y la mano, tibia.
Y pulsaban los ríos en el cristal, humeaban los cerros, brillaba el mar.
Una esfera de cristal tenías en tu mano.
Dormías en un trono elevado. Y ¡Dios sagrado! Mía eras, mía mi beldad.
Despertaste y transformaste el léxico de la humanidad.
Y al hablar de fuerza sonora colmaste y la palabra "tú" mostró - oh, arte -su nueva esencia y significó: "zar".
Todo cambió en el mundo, hasta las cosas sencillas, palangana, bocal, cuando detenida entre nosotros estaba el agua dura y laminada.
Algo nos llevó al más allá, y, cual espejismo, se distanciaba - construida por milagro -la cuidad.
A nuestros pies la menta se acostaba y las aves seguían nuestra ruta larga y los peces en contra iban de las aguas y se abrió el cielo ante nosotros cuando el destino nos siguió celoso cual un loco que lleva una navaja.”



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