viernes, 25 de abril de 2008

Polaroid de Letras 5

.
Descubrí a Anna Kazumi Sthal por medio del ADN (Suplemento Cultura de La Nación), con un cuento inédito, y de ahí salí a buscar su primera novela. “Flores de un solo día”

He leído de un modo desesperante este libro que me atrapó.
No se si fue esa angustia que me despertaba el gran vacío del pasado de Aimée (hija), o quizás hablar de un pasado velado en el consciente del día a día.
O quizás el universo silencioso y ajeno al mundo que representa Hanako (madre).

Esa simpleza de vivir solo construyendo el presente con lo que se da, sin desear, sin esperar nada por venir. Una austeridad de esperanza.

En realidad me apasionó el modo en que Hanako vive con varios mundos paralelos, pero con la particular sabiduría de lo eterno en cada fuga del segundero, pudiendo de ese modo disfrutar cada universo a la vez, sin la menor nostalgia por el otro. Con lo cual nunca son paralelos, son encadenados uno tras otro viviendo cada eslabón con total dulzura por lo cotidiano.

Sería vivir el ahora lisa y llanamente. Aprehender la fugacidad de los momentos.

Desarrollo de relatos que llegan a su clímax cuando arribamos al pasaje cuando Aimée dice “No hay flores de segundo día, porque hay otras flores, nuevas y frescas”. Entonces no se guarda ninguna, porque no hace falta.
Sin embargo hay alguien que cree que se pueden guardar, como un acto desesperado por fotografiar los sentimientos, congelar el viento.

Lo que se guarda y no se usa se marchita.

Muta en una idea que se encalla y termina devorada por las pirañas del segundero.

Aquellos para los que sí puede guardarse lo “sentido”, lo que late, no ven lo marchito.
Guardan para contemplar lo que pudo haber sido.
Por miedo a ser solo un día, eligen que no sea nunca.
Prefieren la seguridad de lo marchito a la volatilidad de un perfume que durara para siempre.

Apostar el pleno a un Hoy intenso, es tener total confianza en la suerte de mañana, o en la capacidad de transitarlo aguantando todas las consecuencias.
Es dar todo sin temer nada. Es saber que esa flor de un día, nombra a todas las que vendrán, cada nuevo día en real o en el recuerdo de lo único vivido.
Certeza de milagros, Fe en aquello que se espera.

O quizás la verdadera dimensión e intensidad de un momento que durara para siempre.
.

jueves, 17 de abril de 2008

Polaroid de Letras 4

.
Es Sábado y la ciudad esta prendida fuego.
Sonó la alarma y se largo la cacería a gran escala. Todos somos devorados devoradores.

Nunca más seguro del CD a elegir para musicalizar la expedición “Dirty” de Sonic Youth.
La música despellejaba a diestra y siniestra los semáforos de la avenida.
Mi auto negro como un murciélago viajaba a ciegas.

Ojos fagocitadores de pieles hacen de Buenos Aires un gran templo del deseo.
El cielo nos anuncia que no hay piedad para los cuerpos. Todo es alimento.

Recorro la ciudad viendo según la zona el juego de los guerreros.
Princesas caníbales pueblan los bares de todo este reino.

No hay tiempo para el minué de los buenos modales de seducción, solo una gula desbordante. El tiempo en espera es veneno.

Te vi y me miraste. Cumplí la regla de los cinco segundos de miradas en celo.
Dispuesto a concederle a tus fronteras todo el tiempo, hable hasta vencerte todas las defensas.

Invite a tu cuerpo a la jaula del domador, y prometiste un espectáculo de mil verbos.
El lenguaje del cuerpo es menos rico en adjetivos, todo es guturales alaridos de ritos añejos.

Descubrí todo tu dialecto y no sabia que nombre le seguía al primero en tu documento.

Como “banda de sonido” de pensamientos sonaba furiosa la canción “Drunken Butterfly” y repetía incesantemente “I love you, I love you, I love you, what´s your name?”

Banquete de ciegos, te serví y me serviste una cena inigualable, como si hubiéramos inventado el hambre de nuevo.

Leí con mi lengua un texto en braille escrito en cada rincón de tu cuerpo. Recordé a Greeneway y la película que vi mil veces “Escrito en el cuerpo”. No valía ni la pena explicarte sobre este director de cine tremendo, sobre su versión de La Tempestad, si acababa de estallarte una tormenta.

Volvimos a la calle, ahora todo era silencio, la ansiedad por despedirnos hizo que nos olvidáramos de anotarnos los celulares.
O acaso fue el miedo a que la magia nos haya sido regalada solo por esa noche.
Quizás la memoria nos insinúo no volver a vernos.
.

martes, 15 de abril de 2008

Polaroid de letras 3

.

Vuelvo cansado y todo en la casa es silencio, me pareció hasta extraño que los gitanos de al lado no estuvieran en la puerta de calle.

Todo esta a oscuras y el reflejo de la calle camufla a la mesa de álamo que oficia de comedor.

Por unos segundos me detengo y me pregunto el misterio de las vetas de la madera.

Voy hasta mi habitación para colgar el traje, luego me preparo para bañarme y pongo la ropa a lavar. Sigo en silencio, paso por la tele, dudo y me repliego. Mejor no prenderla todavía, es una compañía que no acompaña.

Entonces me entusiasma la idea de poner música, miro y recorro con la vista una larga lista de CD, The Smiths-The Housemartins-Jorge Drexler-Massive Attack-Leo García-Los 7 Delfines . . .Erick Satie. Me detengo en ese nombre que te nombra, y lo pongo.

La casa se inunda de pianos, todos los objetos son teclas. Las juntas de la cerámica de la cocina ofician de pentagrama.

Recién bañado me desplomo sobre la cama buscando un punto fijo del cielorraso para perderme y dejarme llevar a la nada del descanso. La música sigue pintando la casa, pero la escucho lejana.

Me detengo mirando el solado de mi habitación que solo se ilumina por mi velador heredado.

De la calle entran y salen reflejos, como ladrones del alma de los muebles.

Los muebles de mi casa son camaleones, las luces de la calle los camuflan, como lo hace el sol durante el día. Se visten según la ocasión.

Como un astrónomo de pisos, descubro mundos en cada tabla del parquet de mi habitación.

El Viraró es un tipo de universo muy particular. En cada pieza de madera hay miles de historias, de paisajes desolados, de desiertos olvidados, de lluvias felices.

Hay historias de veranos limpios sin una veta.

Hay historias de primavera con pequeñas pinceladas, con pintas como una alergia.

Hay historias de otoño, en donde su alma empieza a ponerse triste y la asalta la sombra, manchándola.

Hay historias de inviernos donde se apaga hacia adentro replegándose. Se oscurece y es un infinito paisaje nevado y solitario.

Pero la gran incertidumbre me las provocan las “manchas”, los denominados “nudos”.

Que accidente?

Que dolor?

Que incógnita de la naturaleza hará que aparezcan estos agujeros negros de las astillas. Estos lunares profundos.

Los árboles son un gran misterio.

.

Polaroid de letras 2

.

Sábado a la noche en Buenos Aires, es febrero y el calor asfixia.

Anochece como si un gran frasco de tinta china se hubiera volcado en el cielo y todo se oscureciera.

No se bien porque, pero esa noche el 166 demoró mas de lo que correspondía.

Igualmente nada me apuraba, solo esa ansiedad del encuentro.

Nada aseguraba el éxito total de la epopeya que veníamos emprendiendo, pero era imposible no asumir aquella batalla final.

En la parada me hacían “compañía”, dos adolescentes que de un modo grandilocuente, intercambiaban anécdotas obscenas como cadenas de un rosario.

Por momentos resultaba insoportable ese murmullo y las risas de vidrio rajado. Me incomodaba no poder pensar de qué modo empezaría a explicarle todo las toneladas de cosas que me pasaban.

Llego el 34 y las precoces rezadoras de erotismo barato subieron y se fueron.

Como una aparición, el silencio se hizo presente, la avenida Juan B. Justo era pura soledad de un amarillo asfixiante, dado por las luces de la calle.

Dos minutos después aparece el 166, subo y el chofer no mira siquiera quien sube, espera mi indicación y marca la maquina. El viaje al campo de batalla es un hecho.

Trato de perderme en miles de patentes, investigo los ventanales iluminados de los edificios, buscando inventar una historia con dos o tres datos que me revela la velocidad del colectivo.

Siento como si no habría ni un mínimo lugar para nuevos pensamientos, todos los cajones de mi mente están vacíamente ocupados.

Esa sensación como cuando volvemos de un recital que el silencio de la noche nos aturde.

1: –No hay lugar para después, todo es Ahora.

2: –Todo ahora es una pesada carga para siempre, como vivir con el todo y tener las manos vacías.

1: –Yo no pido ni todo ni nada, yo pido un Ahora, siempre es presente.

2: –Pero nuestros presentes son bifurcados caminos, casi paralelos –respiró profundo y afirmó-

Paralelos. Vos tenés un presente, y yo no tengo consuelo.

1: –Yo supe de mí por vos. Vos supiste de vos por mí.

Entender la verdadera dimensión del ahora es ser dueños del futuro, modeladores de nuestro pasado y domadores del presente. Es Ser.

San Benito de Palermo esta en llamas, mis ojos destellaban.

Bajo por Soler llegando a Juan B. Justo, hay folletos abandonados en la zanja donde se anuncia que Los 7 Delfines tocaran en La Trastienda hoy a la noche, a las 23hs reza el panfleto y enfatiza “puntualmente”.

Lo llamo a mi amigo Adrian Cabe le cuento del recital y pactamos encontrarnos.

Paro un taxi, todo adquiere construcción de bálsamo.

-Hasta Balcarce y Belgrano –dije perezosamente. . .

Fueron 25 minutos de silencio, que me costaron 18$.

Empiezan los primeros acordes de “Vendado y Frío”, Richard Coleman es parasicólogo de los desterrados. Lee mis desafinados sentimientos.


.

Polaroid de letras 1

.

“Un lago en el cielo, es mi regalo

Para olvidar lo que hiciste”

Hoy hay menos gente en la calle. Como si la mañana anochecida todavía invitara a no salir . Esa remolona idea de “salir” estando tan cómodamente cobijados en nuestra morada. Esa pereza por irnos a vivir el afuera, cuando es tan suavecito este vivir dentro.

Es viernes y el viento sopla con la suavidad de una pana. La calle solo esta habitada por árboles, y algún auto que circula como pidiéndole permiso al asfalto.

Salgo de casa y me pongo los auriculares, me habita esa cosquilla de adrenalina que surge al ponerle soundtrack a la vida de todos los días.

Comienza a sonar la música.

Como un mantra pagano repito una y mil veces la escucha de “Un lago en el cielo”.

No logro borrar este tema del pendrive.

Una vez por semana cambio todo la música que llevo a todos lados, pero es mas fuerte que yo y el tema de Gustavo Cerati perdura como el miedo a la oscuridad que guardamos desde chicos.

Platón decía que las almas antes de entrar en tierra, pasaban por un lago que al bañarse olvidaban por completo todo lo anterior. Las ponía en “blanco”.

Sobre la mesa de madera del patio, escondida entre varias plantas hay una vasija de vidrio.

Inventare un lago artificial cada día.

Como un rito de noche, sumergiré las manos, mojare una venda y me humectare los ojos.

Olvidaré? Olvidarán?

Luego de varios días, mi lago artificial no funcionó.

Recostado en mi hamaca paraguaya pensé que quizás ese lago que nos salvaría del pasado que vuelve una y otra vez, que condena a nuestra memoria a un péndulo de recuerdos, pueda ser una trampa mortal. Un “espejismo que aumenta la sed”. Y la medida de nuestra sed, es del tamaño del angular de nuestros ojos.

Lo mejor es ir despacio para encontrarse, y saber que el tiempo dura lo que un puñado de arena en nuestras manos.

Me alegre de que mi mini-lago artificial borrador de recuerdos no funcione.

Después de todo, para avanzar es necesario fundar sobre firme, y solo se logra con heridas profundas en la tierra, con pozos que busquen hasta el mejor suelo, el de mayor resistencia mecánica.

Pero si hubiera funcionado?

Que duele mas, el recordar que olvidamos, o el olvidar los recuerdos?.

Imposible empresa a desarrollar, más aun cuando se sabe por nuestras marcas cuanto hemos dejado.

Sentir algo que nunca sentiste, es estrenar los sentidos de nuevo.

Como nacer, siendo otros al sentir de un modo distinto a la bitácora de olfatos, dactilares, gustativas, visuales y auditivas que nuestros sentidos apuntan detalladamente.

El inconmensurable placer de sentir. Sabiendo por Sentir y no por saber lo que “sentimos”.

.