viernes, 25 de julio de 2008

Polaroid de letras 15

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Nadie sabia de que modo los ojos se le despegaban del cuerpo. Aquella noche la encontré dormida sobre un sol que la abrigaba, se sentó al escuchar mis pasos que sin duda no fueron todo lo silencioso que pretendía.
Estaba muy flaca, decía “el arte sostiene, la música sana”, y sin mirarme se sentó sobre un colchón de hojas secas y me decía, “así, así estoy ajada de todos, seca de mi”

Me senté a escucharla, y busqué sostenerla de algún modo, pero seguía sin mirarme.

De pronto agarró una piedra de la calle y empezó a escribir en el asfalto, todo era palabras, la cuadra fue un gran libro de poemas truncos, sangrados, sin destino, sin ninguna posibilidad de permanencia.

Hacía siglos que no la veía, y fue tal el impacto que podía ver de que modo las letras se comenzaban a prender fuego y flotaban amenazantes.
La cuadra se hizo hoguera, la perdí de vista.
Corrí entre el fuego y solo veía mas fuego. Más corría, mas aumentaban las llamas hacia arriba.

Agotado y sin aire, caí sobre una D y una J. El fuego se desvaneció por completo.

Aparecí solo en una calle de mil estrellas, me senté a esperarla, con la esperanza en la boca para salvarla de ella.

Gritarle que lo que muchas veces nos incendia el Yo, es fuego de una combustión interna, y cuanto mas soplamos para alejar las nubes, mas oxigeno, mas combustión, mas llamas.

El fantasma que vagabundeaba por las calles de Caballito esa noche no durmió bien.


Con un sueño a punto de devorarme, llegue a casa, sin saber quien era, como era.

Sin la mínima certeza de que había pasado, sentía la sensación de haberte mirado lo suficiente para quedarme la eternidad bordándole lentejuelas a la foto de edificios vieja que me regalaste.

Les cuento que no se bien como hice para despertarme al otro día, solo se que llovía y ni vestigios de mí.

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