viernes, 3 de octubre de 2008

Polaroid de letras 25

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Cuando se hace imperiosa la subida al Monte Carmelo, y tenemos certezas que el viaje se hará de día y de noche, debemos procurar saber de que modo nos guiaremos en “esa noche oscura” como dice San Juan de la Cruz.
Obviamente podemos recurrir a las tres potencias del alma “entendimiento, memoria y voluntad” o a las tres virtudes teologales “fe, esperanza y caridad”.
Fe en el entendimiento, esperanza en la memoria y la caridad en la voluntad.
Recordé cuanto disfrute cuando me compre las obras completas de San Juan de la Cruz, y su posterior lectura.

Siempre el tema es la luz contra la oscuridad, pensé.


Una vez escuche a Atahualpa Yupanqui decir que “deslumbrar no es lo mismo que alumbrar”.
De algún modo, el deslumbramiento, tiene una función mas de aparentar, de aumentar aquello que solo alcanzaría con alumbrar.

Se cambia la luz por los fuegos artificiales, pero estos solo nos destellaran la cara, solo nos “alumbraran fugazmente”, y al cabo de un rato de maravilloso esplendor todo vuelve a la oscuridad mas conocida. Y uno disfruta perplejo tal espectáculo, y guarda la esperanza de que nunca se acabe. Que nunca se detengan esos chispazos de luz de infinitos colores.
Pero son fugaces, terminan. Se apagan, y no queda nada, ni la ceniza, ni la más mínima brasa.

Des-lumbrar, casi termina siendo la negación de alumbrar, niega por exceso. Desalumbra por que ciega con un intenso destello.

La luz que alumbra, es humilde, pobre en colores y destellos, pero fiel en sensaciones.
Profusa celadora de los iluminados desde tiempos inmemoriales, mira a la oscuridad de reojo, vigilándola, y nosotros debemos hacernos de su alumbrar, sabios conocedores de distinguir, aquello que deslumbra por nuevo o por novedoso, de lo que realmente viene a alumbrarnos, a darnos sabia visión sobre temas que siempre son difusos. Pero que nunca serán fugaces,

Elegir por lo que nos deslumbra, es quedarse a pasar la noche en medio del campo, solo con una caja de fosforo.
Ahí necesitamos el fuego eterno, lo que nos convoca iluminándonos.

Cuando aparece el fuego eterno, se nos iluminan los ojos.
Y los ojos, son espejo del alma.


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