viernes, 29 de agosto de 2008

Polaroid de Letras 20

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Sin la mínima oportunidad de moverme, me desperté invadido por vos. . .
Tenías toda la intención de desayunarme.
Afuera el frío hacia todo lo posible por atemorizarnos y obligarnos a no salir.
Me encontré en una guerra que nunca me declararon y no podía más que aceptar…



Exultante de vitaminas, saliste a la calle en desafío estacional.
Tu escote abofeteaba al invierno, imponiéndose a toda la gravedad de las miradas.

El sol empezó a manchar todas las paredes de la habitación.

En la cocina el olor a café denuncia que ya no estas. Vos desayunas-té.

Me sirvo la segunda taza, mi escritorio es un desorden estrictamente intencional.
Abordo los dos libros que estoy usando para terminar el ensayo sobre la necesidad de ser provocados al extremo de perplejidad por el arte. Así me lo sugeriste, yo prefería hablar de dejarse coger por el arte, pero dijiste que era muy fuerte, y solo era lenguaje para extra-ordinarios.


Apoyado sobre mi escritorio está tu primer regalo, un cuadro que pintaste hace años.
Miro y me quedo perdido contemplándolo.
Tiene toda la simpleza de tu espontaneidad.
Un rectángulo púrpura con dos círculos amarillos dentro, cerca pero sin tocarse.

Recuerdo lo que te hablé, recuerdo tu cara de asombro, recuerdo que me lo mostraste.
Recuerdo que no podíamos creer haber pensado e imaginado lo mismo a kilómetros y años de distancia.

Mi amigo Nico dice que quizás sea:

“Que ven el mundo desde el mismo punto, y eso considerando que la materia es impenetrable e indivisible, implica que para ver lo mismo desde el mismo punto tiene que tratarse de la misma persona......y eso es lo que atormente, la posibilidad de que en algún momento tengan que haber sido sí o sí uno solo. Complicado pero claro”

Recuerdo todo el silencio después.

Equilibrista, disfruto de este vértigo que te tiene y me tiene.

Trapecista del destino, ando sin red.


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